Un conocido catedrático de literatura española, especialista en lírica actual, comenzaba una clase (que ya se ha hecho famosa) el día siete de enero del año 2000 anunciando: “a la fecha de hoy, tengo controlada la poesía española del tercer milenio”. Según él mismo me reconoció, hizo semejante afirmación con enorme complacencia, pues era perfectamente consciente de que iba a ser imposible repetirla cinco o seis semanas más tarde: cualquiera sabía cuántas nuevas tendencias poéticas eran capaces de florecer en el plazo del mes siguiente. Y es que, quizá por las prisas de los tiempos, o por vértigos posmodernos del presente, la poesía se mueve hoy más agitadamente que nunca. O al menos la poesía española, porque probablemente la situación de nuestra lírica no sea comparable a la bastante más apagada de allende los Pirineos.
Desde luego, aquella declaración de Andrés Trapiello cuando se lanzó a la edición a mediados de los 80, no puede mantenerse hoy. Decía Trapiello: “Editamos quinientos ejemplares porque quinientos son los lectores de poesía en España. No hay más.” Del Diario de un gato nocturno han salido el doble de ejemplares. Las tiradas hoy no se corresponden con las cifras de hace veinte años. Los lectores han crecido según lo demuestran las ediciones, y sobre todo los lectores de poesía virtual, cuyas páginas y blogs proliferan a ritmo vertiginoso. De ello, de esta actividad editorial y de esta prosperidad e incluso bonanza de la lírica, fue en parte responsable aquella poesía de los 80 que renovó el diálogo con la sociedad a través de una democratización no a gusto de todos, según se deduce de los versos de Karmelo Iribarren que titulaba “Poesía española años 80”:
Unas tapas
de fábula, un precio
de asustar, y dentro
nada. Pero
absolutamente
nada, en verso.
Desde luego, el que pague el precio del Diario de Javi Gato no comprará la nada en verso, pues la poesía de este libro no es material etéreo. En absoluto. Si hubiera que buscarle una posición en la multitud de líneas poéticas (difícilmente perseguibles) que han surgido desde que Iribarren publicó su poema en 1995, se me ocurre que la alojaría junto a esa lírica que busca de nuevo el peso de la voz, de la ceremonia, de la corporeidad y todas aquellas virtudes antiguas que la fusionaban con las artes del sonido en la poiesis. (A esa poesía que nos devuelve a un mundo anterior a la escritura en el que las palabras tenían una exclusiva presencia física.) En este libro se escucha la voz y se presiente la performance con las que su autor gusta adobar los versos. No sólo a través de una iconografía teatral, de mascarada grotesca, o en la elección de las palabras, que nunca quieren ser transparentes ni frágiles, sino sobre todo en los ritmos, en la insistencia de ese arrastrarse sonoro de ciertas reiteraciones. Frente a la virtualidad de ciertos negocios poéticos actuales, frente a la liviandad y a la cotidianeidad, aquí pesa la rareza voluntaria.
Los versos del Diario buscan la poesía sonora que no se quiere susurro tibio, sino espectáculo verbal, que no renuncia a herencias milenarias y millonarias, contundentes en su peso, por muy posmoderna, muy after pop y muy queer que quiera. En la posmodernidad de Javi Gato está implícito el macizo bronce de Marco Aurelio: "Quien ha visto desde el alba a la noche un día del hombre, los ha visto todos".
Para mí Javi tiene también, además, cuerpo, porque lo conocí antes como presencia real –y no me refiero a la manera de Steiner en aquel título suyo- que como poeta, al contrario de lo que suele ser habitual: uno lee primero palabras y luego, si tiene suerte –o mala suerte- conoce al autor de aquello que ha leído. Pero en mi caso fue al contrario: la realidad vino antes de la lectura. Javi fue mi alumno antes que poeta. Un alumno que me asombró cuando al mes de comenzar el curso, comentando un cuento de Carver que les había pedido leyeran, hizo un trabajo en el que ponía en relación “De qué hablamos cuando hablamos de amor” con el Banquete platónico. Saltó en aquellas páginas suyas de Carver a Platón con agilidad de gato, dejándome estupefacta. Y yo que pensaba que los chavales de 18 años no sabían ya quién era Platón.
Cuando le abordé, me reservaba otra ristra de sorpresas: recién ingresado en la universidad guardaba una novela, según me contó, de casi cuatrocientas páginas que no conseguía terminar. Presencia física en las aulas, en las que no pasaba desapercibido, novela de peso y ahora poesía corporal. Como ven, la cosa no es etérea ni vaga en este caso. Ni en este libro. Y no me refiero sólo a “las tapas de fábula”, a la preciosa corporeidad del vestido, del volumen, que es realmente exquisito. Sino a que el libro no evita nada de lo que en literatura “pesa”: es narrativo, pues está lleno de historias, personajes, fábulas, principios, desenlaces; es histórico, y está lleno de tiempo, de relatos de noches que concluyen en el after; es voluntariamente literario y se teje con homenajes, con ecos que reposan y se posan Y que pesan. Nada de Verlaine, nada de violines ni de grises imprecisos: negro y rojo, como la carpeta con las siglas anarquistas que traía a clase, todo cuerpo.
Sé que este poemario gusta presentarse como un ejercicio neobarroco en las entretelas posmodernas. Y lo entiendo: hay sombras barrocas y columnas salomónicas sosteniendo este laberinto gatuno. Vaya columnas por cierto significativas las que abren y cierran el volumen: las de María Eloy García y Elena Medel, nombres que no se han de decir aquí en vano y que insisten, sobre todo Medel, de nuevo en la filiación de nuestro gato con el García Baena de “Bobby”, que es evidente. Pero Javi me perdonará que yo vea en sus versos también la sombra romántica.
Porque para mí que en su Diario la clave la proporcionan Shelley (aquel enamorado de la cabeza sangrante de la repugnante Medusa) y con su mujer, la creadora de Frankenstein. De hecho, el Génesis con el que abre –no en vano- el poemario es una relectura sacrílega y absolutamente romántica que sustituye a Yahvé por el dr.Frankenstein. La creación tiene lugar en la intimidad oscura de una mesa ensangrentada de experimentos. Si la adjetivación es en parte neobarroca y la frase alambicada, la idea es sacrílega, sangrante y por eso mismo romántica.
También el mismo personaje gatuno, su relación equívoca con el autor transformado en animal, demuestra la filiación con el romanticismo. Esa criatura que toma cuerpo en la voz lírica, ese personaje que quiere confundirse con el autor (como ocurría en Byron, como en Espronceda), concluye en incómodo Doppelgänger. Esa duplicidad, profundamente sincera en su máscara y su artificio, también es romántica, aunque no sé si aún irónica. Y por fin la misma iconografía deja claro sus orígenes: la “Danza macabra” es prima de aquellos demonios de El diablo mundo y los “espíritus y demonios danzarines / que en círculos aúllan y vomitan”, son hermanos de aquellos que en la intr de Espronceda a su poema aullaban:
baladros lanzan y aullidos,/ silbos, relinchos, chirridos, /y en desacordado estrépito,/ el fantástico escuadrón/ mueve horrenda algarabía,/ con espantosa armonía /y horrísona confusión.
De la misma manera el poema “Finale” coincide en escenografía con “el diabólico ejército” esproncediano que suena en la noche de aquelarre y el “Ordo Sibillarum” confirma a Dios en la misa negra del creyente. Sus versos finales afirman “que existe la noche, / que existe nuestro Dios” en una sustitución típicamente romántica del buen Dios por el Dios de la crueldad a la manera de Barbey d'Aurevilly. Javi Gato tiene mucho que ver con aquel amante de lo dandi y las tramas demoníacas que eran, según él, el mejor camino hacia el conocimiento de Dios en una sociedad necesitada de la perversión cotidiana.
Y Lourdes, Amy o Azahara, protagonistas del Diario, tienen sin duda por antepasadas a las hijas de “Jarifa en una orgía” y a las Diabólicas de D’Aurevilly. Para mí no hay duda: la filiación de estos versos está en el malditismo de raíz romántica, en el decadentismo del fin de siglo aficionado a lo más perverso del romanticismo.
Así lo pensé cuando Javi me envió los primeros poemas en febrero de 2008. Desde entonces es cierto que han cambiado los versos, que han ido buscando su hechura, pero permanece en ellos la virtud del ritmo, del sonido, la fuerza de la voz y también la fuerza y el dolor de los sentimientos.
Porque en este libro hay muchas voces, es un libro primerizo y de búsqueda. Pero, entre las voces una, suena la de Javier:
Pensé: Que solo y herido debe sentirse este gato
Para mendigar caricias
Como el más miserable de los perros.
Desde luego, aquella declaración de Andrés Trapiello cuando se lanzó a la edición a mediados de los 80, no puede mantenerse hoy. Decía Trapiello: “Editamos quinientos ejemplares porque quinientos son los lectores de poesía en España. No hay más.” Del Diario de un gato nocturno han salido el doble de ejemplares. Las tiradas hoy no se corresponden con las cifras de hace veinte años. Los lectores han crecido según lo demuestran las ediciones, y sobre todo los lectores de poesía virtual, cuyas páginas y blogs proliferan a ritmo vertiginoso. De ello, de esta actividad editorial y de esta prosperidad e incluso bonanza de la lírica, fue en parte responsable aquella poesía de los 80 que renovó el diálogo con la sociedad a través de una democratización no a gusto de todos, según se deduce de los versos de Karmelo Iribarren que titulaba “Poesía española años 80”:
Unas tapas
de fábula, un precio
de asustar, y dentro
nada. Pero
absolutamente
nada, en verso.
Desde luego, el que pague el precio del Diario de Javi Gato no comprará la nada en verso, pues la poesía de este libro no es material etéreo. En absoluto. Si hubiera que buscarle una posición en la multitud de líneas poéticas (difícilmente perseguibles) que han surgido desde que Iribarren publicó su poema en 1995, se me ocurre que la alojaría junto a esa lírica que busca de nuevo el peso de la voz, de la ceremonia, de la corporeidad y todas aquellas virtudes antiguas que la fusionaban con las artes del sonido en la poiesis. (A esa poesía que nos devuelve a un mundo anterior a la escritura en el que las palabras tenían una exclusiva presencia física.) En este libro se escucha la voz y se presiente la performance con las que su autor gusta adobar los versos. No sólo a través de una iconografía teatral, de mascarada grotesca, o en la elección de las palabras, que nunca quieren ser transparentes ni frágiles, sino sobre todo en los ritmos, en la insistencia de ese arrastrarse sonoro de ciertas reiteraciones. Frente a la virtualidad de ciertos negocios poéticos actuales, frente a la liviandad y a la cotidianeidad, aquí pesa la rareza voluntaria.
Los versos del Diario buscan la poesía sonora que no se quiere susurro tibio, sino espectáculo verbal, que no renuncia a herencias milenarias y millonarias, contundentes en su peso, por muy posmoderna, muy after pop y muy queer que quiera. En la posmodernidad de Javi Gato está implícito el macizo bronce de Marco Aurelio: "Quien ha visto desde el alba a la noche un día del hombre, los ha visto todos".
Para mí Javi tiene también, además, cuerpo, porque lo conocí antes como presencia real –y no me refiero a la manera de Steiner en aquel título suyo- que como poeta, al contrario de lo que suele ser habitual: uno lee primero palabras y luego, si tiene suerte –o mala suerte- conoce al autor de aquello que ha leído. Pero en mi caso fue al contrario: la realidad vino antes de la lectura. Javi fue mi alumno antes que poeta. Un alumno que me asombró cuando al mes de comenzar el curso, comentando un cuento de Carver que les había pedido leyeran, hizo un trabajo en el que ponía en relación “De qué hablamos cuando hablamos de amor” con el Banquete platónico. Saltó en aquellas páginas suyas de Carver a Platón con agilidad de gato, dejándome estupefacta. Y yo que pensaba que los chavales de 18 años no sabían ya quién era Platón.
Cuando le abordé, me reservaba otra ristra de sorpresas: recién ingresado en la universidad guardaba una novela, según me contó, de casi cuatrocientas páginas que no conseguía terminar. Presencia física en las aulas, en las que no pasaba desapercibido, novela de peso y ahora poesía corporal. Como ven, la cosa no es etérea ni vaga en este caso. Ni en este libro. Y no me refiero sólo a “las tapas de fábula”, a la preciosa corporeidad del vestido, del volumen, que es realmente exquisito. Sino a que el libro no evita nada de lo que en literatura “pesa”: es narrativo, pues está lleno de historias, personajes, fábulas, principios, desenlaces; es histórico, y está lleno de tiempo, de relatos de noches que concluyen en el after; es voluntariamente literario y se teje con homenajes, con ecos que reposan y se posan Y que pesan. Nada de Verlaine, nada de violines ni de grises imprecisos: negro y rojo, como la carpeta con las siglas anarquistas que traía a clase, todo cuerpo.
Sé que este poemario gusta presentarse como un ejercicio neobarroco en las entretelas posmodernas. Y lo entiendo: hay sombras barrocas y columnas salomónicas sosteniendo este laberinto gatuno. Vaya columnas por cierto significativas las que abren y cierran el volumen: las de María Eloy García y Elena Medel, nombres que no se han de decir aquí en vano y que insisten, sobre todo Medel, de nuevo en la filiación de nuestro gato con el García Baena de “Bobby”, que es evidente. Pero Javi me perdonará que yo vea en sus versos también la sombra romántica.
Porque para mí que en su Diario la clave la proporcionan Shelley (aquel enamorado de la cabeza sangrante de la repugnante Medusa) y con su mujer, la creadora de Frankenstein. De hecho, el Génesis con el que abre –no en vano- el poemario es una relectura sacrílega y absolutamente romántica que sustituye a Yahvé por el dr.Frankenstein. La creación tiene lugar en la intimidad oscura de una mesa ensangrentada de experimentos. Si la adjetivación es en parte neobarroca y la frase alambicada, la idea es sacrílega, sangrante y por eso mismo romántica.
También el mismo personaje gatuno, su relación equívoca con el autor transformado en animal, demuestra la filiación con el romanticismo. Esa criatura que toma cuerpo en la voz lírica, ese personaje que quiere confundirse con el autor (como ocurría en Byron, como en Espronceda), concluye en incómodo Doppelgänger. Esa duplicidad, profundamente sincera en su máscara y su artificio, también es romántica, aunque no sé si aún irónica. Y por fin la misma iconografía deja claro sus orígenes: la “Danza macabra” es prima de aquellos demonios de El diablo mundo y los “espíritus y demonios danzarines / que en círculos aúllan y vomitan”, son hermanos de aquellos que en la intr de Espronceda a su poema aullaban:
baladros lanzan y aullidos,/ silbos, relinchos, chirridos, /y en desacordado estrépito,/ el fantástico escuadrón/ mueve horrenda algarabía,/ con espantosa armonía /y horrísona confusión.
De la misma manera el poema “Finale” coincide en escenografía con “el diabólico ejército” esproncediano que suena en la noche de aquelarre y el “Ordo Sibillarum” confirma a Dios en la misa negra del creyente. Sus versos finales afirman “que existe la noche, / que existe nuestro Dios” en una sustitución típicamente romántica del buen Dios por el Dios de la crueldad a la manera de Barbey d'Aurevilly. Javi Gato tiene mucho que ver con aquel amante de lo dandi y las tramas demoníacas que eran, según él, el mejor camino hacia el conocimiento de Dios en una sociedad necesitada de la perversión cotidiana.
Y Lourdes, Amy o Azahara, protagonistas del Diario, tienen sin duda por antepasadas a las hijas de “Jarifa en una orgía” y a las Diabólicas de D’Aurevilly. Para mí no hay duda: la filiación de estos versos está en el malditismo de raíz romántica, en el decadentismo del fin de siglo aficionado a lo más perverso del romanticismo.
Así lo pensé cuando Javi me envió los primeros poemas en febrero de 2008. Desde entonces es cierto que han cambiado los versos, que han ido buscando su hechura, pero permanece en ellos la virtud del ritmo, del sonido, la fuerza de la voz y también la fuerza y el dolor de los sentimientos.
Porque en este libro hay muchas voces, es un libro primerizo y de búsqueda. Pero, entre las voces una, suena la de Javier:
Pensé: Que solo y herido debe sentirse este gato
Para mendigar caricias
Como el más miserable de los perros.
Pd: hoy Javier Gato presentará su poemario de la mano de Lawrence Schimel y Gonzalo Escarpa y con la participación de Gracia Iglesias, Nuria Ruiz de Viñaspre, Iñaki Echarte, Malicia Cool y Luna Miguel. Librería Berkana (Hortaleza, 64), Madrid, a las 20:00
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