Llegaba a Madrid Fernando Mansilla para presentar sus poemas recogidos en el libro-disco Literatura de baile, acompañado por la música de Luis Navarro y Javier Mora. Y aunque el viernes 20 de enero la capital estuviese especialmente abarrotada de eventos musicales, la buena noticia para los que todavía creen en la poesía es que llenó la sala Fotomatón.
Antes de nada hay que explicar que Mansilla no hace canciones, ni canta. Él recita su poesía, y mientras sus agregados Los Espías van acompañando con su música y haciendo los coros cuando el poema lo necesita. Esta música va variando desde el jazz al hip hop, dependiendo del poema y a veces, también cambia dentro del poema, aunque siempre de un modo elegante.
Una vez explicado esto vayamos a lo importante de esta actuación que es la poesía. Las obras que recita Mansilla tienen una clara y marcada influencia de toda la contracultura norteamericana, con reminiscencias de los poetas ‘beatniks’ y de Charles Bukowski, una poesía urbana que retrata ese submundo que nunca saldrá en los catálogos turísticos de ciudades pero que es mucho más real.
Son historias de barrio nada extraordinarias, con antihéroes, con suciedad, muy actual y cercana, con mucha carga de ironía y también de denuncia, aunque no son poemas protesta. Se podría entonces encuadrar su poemario dentro de lo que se conoce en España como Poesía de la Conciencia, y lo que deja muy claro durante toda la actuación que su trabajo está muy alejado de una poesía más clásica, académica y aburrida, lo que él denomina “poesía coñazo”.
En la actuación del viernes se pudo disfrutar de temas tan recomendables como “Ultramarinos contreras”, “Mundo Mistol Laguna”, y esa pequeña obra de arte llamada “En el gimnasio”, donde se concentra todo lo bueno que Mansilla y Los Espías puede ofrecer en poco más de cuatro minutos y de la mejor manera posible.
Si hay que resaltar algo negativo de este concierto, no es nada provocado por los artistas, es algo inducido por la mala educación de una parte del público allí concentrado. Y es que no es comprensible que todavía quede gente que no sepa distinguir entre la efusividad y la falta de respeto a los artistas, no parar de hablar ni de hacer ruido, gritar a pleno pulmón,…, hicieron que hasta el propio Mansilla parase el espectáculo y llamase la atención indicando que con tanto ruido era imposible hacerlo bien y que todo el público pudiese disfrutar plenamente.
Así discurrió la actuación que durante una hora mantuvo hipnotizados a la audiencia allí presente, y una vez finalizado muchos se llevaron la sensación de que, ante tanta posibilidad de elección cultural en la capital, ir a ver a Mansilla y Los Espías fue la opción correcta.
Fotografías: Tony DelongFuente: La Huella Digital
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