La poética de habilitación de lo propio de Txus García
Por Javier Gato
Hubo una época en que yo tenía dieciocho años, era de la CNT y leía teoría queer. En algún bar de Sevilla tomaba con Paco Vidarte una copa en la que este había disuelto previamente unas cuantas gotas de punk y —ay, mi abuela diciéndome «no hables con hombres mayores por la calle, que son maricones»— me dejaba hacer por su duro y robusto discurso con el que la revolución penetraba a golpes de carnero por los menores orificios de la vida cotidiana hasta lo más hondo de la identidad sexual. Más tarde entré en la universidad, y todos los culturetas (auto)designados como homosexuales teníamos que leer por obligación moral el Manifiesto contrasexual de Beatriz Preciado, aquella sublime musa de pelo corto que llegaba a la UNIA, dejaba caer su cuerpo de metro ochenta y cinco del camión y nos excitaba con sus silogismos, paradojas y la concepción de Isabel Pantoja como heroína posmoderna.
Mi romanticismo adolescente dio paso, con los años, a un periodo isabelino interior. Hasta que una noche conocí a Txus García, directora de la compañía Human Trash y trabajadora del Prostíbulo Poético de Barcelona, y como confiesa Agustín García Calvo en el prólogo de Poesía para niñas bien. Tits in my bowl (Sevilla, Cangrejo Pistolero, 2011), quise saberlo todo sobre ella. En el presente artículo desarrollaré mi interpretación de Poesía para niñas bien como mecanismo por el cual la autora construye su espacio vital propio en oposición a la hostilidad e incomprensión del exterior.
Casi como una advertencia, Poesía para niñas bien se abre con tres textos en los que la autora, a la manera de San Agustín y sobre todo a la de la Fanny Hill de John Cleland, woman of pleasure, realiza una confesión sobre lo que llamaría Garcilaso «los pasos por do me ha traído» el «estado», estado que se explicita desde la primera línea del libro: «Aquí estoy. Me llamo Txus y soy transgénero». Desde el presente la poeta pasa revista al imaginario del género sexual y declara cómo fue obligada a «travestirse», entre otras cosas, de señorita y de primera comunión. Porque, ¿acaso no es un ejemplo de travestismo la imposición de una vestimenta heteropatriarcal ajena a la naciente identidad del sujeto? ¿No empuja el pelo largo a la autora, por mucho que así guste a la madre, a preguntarse «¿quién era yo?»? ¿Existirá alguien «como yo» en Transylvania, popularizada antonomasia del locus horribilis que constituye el Heteropatriarcado?
«Hasta aquí puedo leer» y «Maneki-neko girl» incluyen una enumeración de tipos femeninos, como el poema «Divagación» de Rubén Darío. No obstante, hace mucho que se le retorció el cuello al cisne: las ensoñadas mujeres «blancas, como María de Medeiros» dan paso a una horda de salvajes arquetipos transgenéricos, cuasicyborgs (con pollas «de plástico, látex, carne o cristal»), sexualmente periféricos, a cuyo cultivo se han dedicado la poesía y el pensamiento queer desde finales del pasado siglo. Pese a ello, algo de la fascinación por lo andrógino y ambiguo se encontraba ya de forma morbosa en el Modernismo, y Txus lo sabe: resultado de ello es «Un Joven con unos lirios», poema circunstancial que desarrolla la prosopografía del lánguido efebo, incidiendo en todos los motivos que consagró el Decadentismo, tendencia a la que la poeta homenajea indudablemente. Tampoco ignora Txus García que la exploración decadentista de la identidad sexual crece en un contexto de auge de la antropología criminal de Cesare Lombroso, de las tesis sobre la «degeneración» de la cultura occidental de Max Nordau y Pompeu Gener y de los primeros intentos de definir psiquiátricamente las prácticas sexuales periféricas.
Junto a este tipo de imágenes que homenajean a la tradición literaria y al nacimiento de la homosexualidad como identidad, las imágenes alusivas a lo popular norteamericano abundan en el libro: Superman, las caravanas que nos remiten al camp de Pink Flamingos, el spanglish que emplea la autora sin ningún pudor, las divas gays como Liza Minelli o Barbra Streisand… y los personajes de El mago de Oz. Estos últimos resultan especialmente interesantes: la película protagonizada por Judy Garland ha sido interpretada por la tradición popular gay casi desde su estreno como un «espejo de homosexuales», como ya estudió en su día Alfonso Ceballos, y Txus García desarrolla los motivos de la tradición para hacer de Oz una utopía, un locus amoenus opuesto a Transylvania, al Heteropatriarcado donde es obligada a travestirse de señorita, tan «hembra / como el trapo limpio de la cocina» y a someterse al humillante proceso de selección natural de especímenes al son de las canciones «lentas» de la discoteca light.
Así pues, mundo-Transylvania y voluntad transgénero se oponen: es «muy trans», «mucha chica» y «demasiado camión» para según qué habitantes de esta tierra umbría, por lo que se jura «por Gloria Fuertes» rebelarse como el hombre-león de Nietzsche y emprende la fuga hacia Oz a través de las tierras inexploradas del «Middlesex». Tierras vírgenes e inestables que la palabra de la poeta tendrá que hacer habitables. Y aquí entra el Eros, el Eros-luz, el Eros redentor.
«Todo el suelo del Mercadona lleno de rotos esquemas (de señoras respetables)» es un magnífico ejemplo de esta solución que da la poesía a la poeta. La poeta ya no se encuentra en Transylvania, sino en brazos de la amada: las familias patriarcales las miran pero desde lejos, «desde la oscuridad y el fondo abisal». Se oponen claramente imágenes descendentes y oscuras a otras («sal», «tibio abrazo») que nos evocan claridad y calidez y que borbotean del abrazo amoroso, de las bocas «que se abren sin quererlo» y se buscan mutuamente. La poeta desafía «la ley que llevas impresa en la piel» (es decir, «actúa contra natura») y alcanza la liberación y la gloria, suya y de su amada, a través del amor en una grandiosa apoteosis:
Y yo,
que con una mano te recobro,
te devuelvo a la forma primera,
al barro esencial, al edén bollero
Es decir, restituye a la amada su condición de Eva prístina, anterior a la Caída, la devuelve al aureum aevum con todo el poder demiúrgico que le ofrece la Poesía. En «Orgánica», la amada y la poeta son diferentes: la amada es floral y la poeta «basura» (quizá los restos descompuestos del «corazón roto / desde los 12 años» del que habla en «Espita gorgorita loquesedanosequita, conviérteme en...»). Pero esta diferencia no es ningún obstáculo para que se dé el amor, sino más bien condición necesaria: la basura, el estiércol es indispensable a los pies de la flor para que esta se nutra. Los encuentros entre ambos personajes tienen mucho de reescritura de los tópicos de una poesía que hasta hace solo un siglo era exclusivamente heteroerótica: en «Grande», la poeta entona un «canto» sobre su grandeza y virtudes a la amada como hace el Polifemo de Góngora con Galatea y el río Genil de Pedro Espinosa con la bella ninfa Cínaris. En el extremo opuesto, pero con idénticas intenciones de seducción, el poema «Tibia» parece una especie de captatio benevolentiae eroticae, pues la poeta enumera todos sus defectos y fealdades para que «quizás te dé un poco de pena / y hoy pueda ser / una tibia acompañada».
«La salvación / es el beso», dice Txus García. Y desde este estado de gracia la omnipotente poeta-diosa se mete con la poesía («Manifiesto intestino»), se expande por el cosmos en el que se ha fundido, lo contagia todo:
¡Cuidado!
Las locas contagiamos
la fuerza, el coraje,
las ganas de luchar
y el poder vivir por fin,
sin miedo.
Fuente: MAMA JUANA
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