martes, 3 de mayo de 2011

Doce poemas de soledad y una canción de odio. Sevilla Actualidad, por Javier Gato

Fernando Bazán, "Vicio" (Huelva, 1986), ha publicado con Cangrejo Pistolero el libro-disco Vertedero, una colección de poemas en torno a la soledad y a la caída de los valores humanos.

Apareció una noche cualquiera en un bar de Sevilla, rodeado de un ejército de ratas que se disputaban el secreto de su carne. Con el paso de los meses, su voz se empañó del quejido de la elegía, del canto fúnebre de una generacional santa compaña carente de esperanza. El poeta entonces cantó, y un aleteo de pájaros agoreros castañeteó en nuestras gargantas emponzoñadas de rock. Había nacido una estrella caída prematuramente al abismo: Fernando Bazán, “Vicio” (Huelva, 1986).

Vertedero es una peregrinatio vitae, una anti-odisea en la que el héroe avanza inevitablemente hacia su autodestrucción. Resulta interesante comparar este libro con Cartas desde mi celda, de Gustavo Adolfo Bécquer, en las cuales el poeta se comunica con sus lectores mientras pretende recobrar la salud en "mi escondido valle de Veruela"; sin embargo, Fernando Bazán sabe que su malestar es incurable, pues todas las ilusiones de una vida mejor, en la que primen el afecto y la humanidad, se han perdido. En lo que sí coinciden ambos poetas es en la amarga reflexión sobre cómo está cambiando el mundo -culturalmente en el caso de Bécquer y emocionalmente en el caso de Bazán- y sobre todo en el enclaustramiento, en el forzado encierro con uno mismo entre cuatro melancólicas paredes.

El libro se inicia con una rotunda declaración: "Estoy harto de historias de redención". De este modo, el poeta anuncia ya desde el comienzo la derrota final, el fin del logos que decía Steiner, la caída de los metarrelatos y de la fe en el progreso.

"Mi cabeza en su pared" expone, como en "Casa tomada" de Cortázar, la sensación de amenaza ante enemigos que no llegamos a identificar; me gusta relacionar esto con los "enemigos invisibles" que profetizaba la Escuela de Frankfurt y con la imposibilidad de conocer en nuestros tiempos los intrincados mecanismos que nos hacen "bajar la cabeza / y no alzar la voz", maquillados de democracia del bienestar fallido. Fallido porque el poeta se siente "disecado". Porque quiso ser ultrahombre nietzscheano, fugarse de la moral de rebaño y ser héroe, pero ha sido finalmente derrotado y marginado. El resultado de esta marginación es la misantropía, la total desconfianza en el ser humano: "Pudo ser cualquiera, / cualquiera de vosotros".

La frase con la que Fernando Bazán inicia "Desde por la mañana" recuerda un poco al "acto surrealista más simple" del que hablaba André Breton, pero en este caso los tiros no han de ser arbitrarios, sino contra quien "dirige nuestras vidas". El poema es un letrero de cave canem a la entrada del cuarto de Fernando, la confesión de una descomunal rabia interior y de un deseo de subvertir todas las normas y de manchar lo hermoso (las "niñas de uniforme"), aunque "siempre con mucho cariño". Asistimos en este poema al último estertor vitalista del poeta, aunque sea de rabia: a partir de aquí, el campo semántico se hará cada vez más sombrío y angustioso.

A continuación, "Mi ego" va esbozando el locus horribilis en que habremos de movernos durante toda la lectura, y con él la autoestima del yo poético se va diluyendo hasta desembocar en una estrofa que resume la poética del autor, una poética feísta, expresionista, nacida del dolor y de la desilusión, de "la sangre / de los pájaros que mueren en mi cabeza". Esta poética va a ser desarrollada más tarde en "Folios blancos", donde el proceso de escritura es descrito como un enfrentamiento cara a cara con el dolor y el asco, "a pecho descubierto" (aludiendo, indudablemente, a la desnudez y sinceridad brutal del estilo), y en el que cabe destacar cierta sinestesia al final del poema que reivindica la triple faceta artística del poeta, que además es músico y licenciado en Bellas Artes.

La idea de la muerte hace su escalofriante aparición en "Las sirenas". La soledad y los miedos del poeta, unidos a recuerdos fúnebres en los que los cadáveres se confunden e identifican alarmantemente con la basura, lo llevan a un estado de desesperación, de desesperanzadora espera de la muerte. Junto a esta manifestación del thanatos, "Me gusta ver porno" muestra al eros completamente desdibujado por la depresión y la incomunicación. La pedagogía sexual que supone la pornografía se ha convertido para el poeta en ficción, pues la realidad no es otra que el forzoso enclaustramiento y la falta de afecto teñidos de caos. El poema termina con el deseo, muy schopenhaueriano, de anular la voluntad, causa de tantísimo sufrimiento.

Consecuencia de esta anulación de la voluntad son los poemas "Saliva en el suelo", que es a lo que se ha quedado reducido el yo poético, y "Se pudre", en el que la desidia se ha consumado y el corazón del poeta agoniza, anegado en odio contra unas circunstancias que le han privado de calor humano y, posiblemente, odio también contra sí mismo.

Antes de la fatídica derrota final, el poeta parece hacer testamento y nos ofrece dos poemas: "Folios blancos", que ya he comentado, y "Otro maldito viernes", que resume perfectamente el libro entero. La nevera vacía no es otra cosa que un símbolo de la propia alma del poeta, que confiesa estar enfermo y, al contrario que Bécquer desde su celda, no espera la recuperación: "y no hay remedio alguno", "No hay salida, / no hay futuro". El poema parece ser una epístola, una "carta desde su celda" dirigida a una amada, ausente o inexistente, sin la cual el poeta se está ahogando en amargura y convirtiendo en un monstruo (de ahí que se halle "disecado" en una galería). Es el último grito de auxilio desde el vertedero, pese a haber dicho al principio que ya no creía en "princesas desnudas". Este poema y la poética de "Folios blancos" son el testamento de veinticuatro años marcados por la soledad, la devaluación de la amistad y el fin del amor romántico.

Las últimas páginas, sabiamente teñidas de negro en esta edición de Cangrejo Pistolero, son un réquiem a la muerte anunciada del poeta, del mismo modo que en El estudiante de Salamanca Félix de Montemar -qué romántico me resulta Fernando Bazán- asiste a su propio entierro. Junto con la esperanza, el juicio también se ha perdido: el poema "A los locos" repite dolorosamente, autodestructivamente, que a los locos "no se les puede tocar". Y junto con la ilusión, la poesía también muere en este libro: "Pájaros muertos", o esos poemas, esas ilusiones masacradas que ensucian las manos del poeta y siguen llenándole de una vida que ya no desea vivir.

En esta edición se ha añadido al final del libro la canción "Odio", con la que Fernando Bazán empezó a ser conocido en sus recitales y conciertos. Sin embargo, esta canción es sólo eso, un añadido que no aporta nada a la perfectísima unidad temática y estructural que constituye el itinerario que traza el libro. Éste, realmente, termina con una post-data que informa, como todos los poemas a su modo, de la muerte del héroe. Crónica de una muerte anunciada a lo largo de un tremebundo viaje hacia la desesperación. Muerte teñida de un sarcasmo, de un descreimiento, que hiela la sangre.

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CATÁLOGO CANGREJO PISTOLERO EDICIONES 2011

Catálogo Cangrejo Pistolero Ediciones, junio, 2010. Nº, 1.