viernes, 18 de marzo de 2011

Una reflexión sobre arte y alimento. Rafael de Cózar

Una reflexión sobre arte y alimento.

(…)Tener hambre es como tenazas,

es como muerden los cangrejos,

quema, quema y no tiene fuego:

el hambre es un incendio frío.

Sentémonos pronto a comer

con todos los que no han comido,

pongamos los largos manteles,

la sal en los lagos del mundo,

panaderías planetarias,

mesas con fresas en la nieve,

y un plato como la luna

en donde todos almorcemos.

Por ahora no pido más

que la justicia del almuerzo.”

Fragmento del poema

El Gran Mantel Pablo Neruda

Evidentemente la poesía, como el arte en general, pueden entenderse como espirituales alimentos del alma, pero también la presencia de la comida y sobre todo la bebida en las obras de los artistas, ya no en sentido simbólico, ha existido desde siempre, como refleja, por ejemplo, el género del bodegón en la plástica, hasta la literatura picaresca.

Tan sólo con el tema del vino tendríamos una extensa antología abarcadora de todos los tiempos. El asunto báquico obviamente no es sólo argumento literario, sino además ingrediente fundamental de la dieta de muchos escritores y artistas, famosos en esa afición etílica a la que, a veces, deben buena parte de sus composiciones, entre otros productos alucinógenos, como sucedió en la bohemia de fines del siglo XIX.

También es cierto que la poesía, aunque esto no es muy conocido, se ha proyectado a través de vehículos mucho más extravagantes que el papel, o el libro. Desde antiguo existen libros en múltiples formatos, desde los libros en rollo, o los libros mudos esotéricos, libros en miniatura, hasta los soportes en los más diversos materiales: sirva como ejemplo suficiente la antología poética que es en sí la Alhambra, “libro arquitectónico” con múltiples poemas al estuco e iluminados en sus muros.

También desde la segunda guerra mundial se ha venido desarrollando lo que en la vanguardia se conoce como el libro objeto, a veces más cerca de la escultura, o la pintura que de la escritura. Incluso en España, desde los años setenta, han tenido eco algunas exposiciones de este tipo de “poesía escultural”. Desde la primera vanguardia, a inicios del siglo XX, venía desarrollándose la ruptura entre las fronteras interartísticas: escultura, pintura, arquitectura, música, literatura, siendo en esta última el caligrama y la distorsión tipográfica las

fórmulas más evidentes. Quiere esto decir que ya lo poético no se considera exclusivo de la literatura y suele utilizarse más en la antigua dimensión del término griego “poiesis”, en el sentido de creación.

Pero es en las últimas décadas del siglo XX cuando se produce un fenómeno especial. El desarrollo de la tecnología nos va a llevar, sobre todo en la pintura, a la creación por ordenador, lo que significa la pérdida de valor de la obra como objeto único. Ya el grabado es un original reproducido un número determinado de veces, a partir de las cuales la plancha pierde calidad. También la llamada poesía visual, cuya difusión en papel resulta cara si hay cuatricomía, ha visto en internet su gran medio de expansión, y no es extraño que, frente al libro, haya sido la exposición la forma habitual de darse a conocer.

En este sentido hablamos de arte efímero, y no conozco otro ejemplo mejor que el del llamado “arte comestible”. Su función principal, aparte de la estética, es que servirá de alimento a los asistentes, quedando al final tan sólo en la memoria de estos y en el reportaje o catálogo, si lo hay, que se haga de la exposición.

De nuevo estamos ante un arte de fusión que es al mismo tiempo poesía escultura y pintura, pero con el valor añadido de que si alguien puede dudar de su papel como alimento espiritual, al menos cumple de lleno el de nutriente natural. En el fondo no está lejos la tendencia que se viene observando en las últimas décadas, por parte de los cocineros (cocina de autor), hacia el diseño óptico del plato, aunque en este sector nos da la impresión de que se ocupan más de la cuestión estética que de la función principal, por la que uno va a un restaurante.

No es tanto cuestión de resultados, es decir, de la calidad de la obra como obra de arte y como alimento, sino más bien el planteamiento que supone de la función del arte, aspecto teórico en el que el arte comestible sí resulta plenamente novedoso, ya que es un arte plenamente efímero, sin pretensión de permanencia y que, frente a la cocina de autor, cada objeto es un plato único, compartido por todos en el mismo “plato”, es decir, que no volverá a estar en la carta y que se realiza como exposición en un lugar no estable, con el añadido de que es un arte gratuito.

El arte comestible está además relacionado con el happening y su sentido festivo y participativo, donde la originalidad, la imaginación, la fantasía son factores esenciales, más que el sabor del producto. Estoy convencido también de que, frente a las obras de arte tradicionales, de cualquiera de los géneros, estas puede ser “saboreada” por cualquier asistente, es decir, es un arte plenamente popular.

Rafael de Cózar

Universidad de Sevilla

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