domingo, 4 de octubre de 2009

Quisiera haberme muerto, epílogo de Elena Medel del libro de Javier Gato, DIARIO DE UN GATO NOCTURNO


Quisiera haberme muerto



En alguna ocasión he escrito que los poemas de Javier Gato, aquellos versos que le había escuchado en recitales o que conocía gracias a volúmenes colectivos, apuntaban maneras de Pablo García Baena tras un fin de semana de rave. Me recordaban a los del maestro cordobés en la atmósfera barroca, retorcida hasta la decadencia; también por su empeño al iluminar —gracias a la linterna de las metáforas— unos gramos de belleza en lo oscuro. Y se alejaban del autor de “Impares, fila 13” —aunque para acercarse a Julio Aumente, otro gran descarado— en la búsqueda de una fe más carnal, de unos ojos en blanco gracias al éxtasis por sí mismos.

¿Dónde situaríamos, entonces, este apabullante Diario de un gato nocturno? Qué lugar —pues— para esta ópera prima durísima, incómoda, dolorosa a ratos por su crudeza, por la imposibilidad de desligar al autor del personaje que recorre cuerpos y tejados, y que traspasa portadas, y notas biográficas. Un Javier Gato que mantiene las coordenadas anteriores —laten el barroco, la decadencia, la carnalidad, las señoras de la noche— y, al mismo tiempo, amplía las fronteras: un chupito del aquí mencionado Leopoldo María Panero, una sobremesa de cigarros liados con páginas de Jean Genet… ¡Cómo habría disfrutado el ladrón francés con estos canallas que gozan «de los placeres de la caza»! Se los hubiera comido a besos. Como mínimo.


Porque Javier Gato sabe, y de qué forma, escribir: lo demuestra en su Diario. El peso oral de su poesía se sacude la tentación del descuido, del contar igual que se piensa; y su deje coloquial emerge de la fuerza narrativa del romancero, del ritmo pegadizo del teatro. Y la ironía y el humor cáustico de la picaresca, y el espíritu trovadoresco… Javier Gato, entonces, como manual de literatura con visión más allá de las doce. ¿Cerramos este libro y hablamos de poemas al estilo canónico? ¿Monólogos en verso, quizá? ¿O incluso fábulas, cuyas moralejas parecieran cantar «el lamento/ de las noches perdidas»? Cóctel —molotov— el que ofrece Diario de un gato nocturno, pienso en la poesía de Javier Gato igual que me acuerdo de aquellos discos que yo compraba en mi adolescencia, con un rasgo común: la etiqueta. En la portada, una pegatina blanca y negra, libre de traducción, avisando a los padres descuidados. Parental Advisory. Explicit Content, fajarían los mojigatos en la portada de Diario de un gato nocturno: yo recorrería almacenes y mesas de novedades liberando cada ejemplar de las miradas torcidas, porque su crudeza y su honestidad merecen eco.

Porque cuál es el hilo temático que enhebra este Diario… ¿Desamor, sexo, soledad, drogas? ¿La decisión de seguir a Lou Reed y pasear por la orilla más salvaje? En Diario de un gato nocturno se escucha, sobre todo, la poesía; quisiera regresar a Pablo García Baena y su poema “Bobby”, que yo entonaba igual que una letanía mientras disfrutaba con los textos de Javier Gato, y volver también al último verso: «quisiera haberme muerto». «Y quise morirme», escribe de otra forma —con la misma tristeza— Javier Gato. Amor, muerte, aquí el color rojo nos habla de la pasión, pero sobre todo de la sangre; y el otro color eterno, ese negro implícito en el título, nos suena a sombra de la noche, de la oscuridad en la que —ay, esas madres que advierten en la puerta de casa— cuesta distinguir a los felinos.

Ordena la superstición que cambiemos de acera ante un gato negro, porque nos condenará a la mala suerte. «De pronto, un mal día,/ el gato se puede caer del tejado». Javier Gato, en este debut suyo, ha clavado con rabia las uñas en las tejas; bien asido a sus poemas, no existe huracán que pueda tambalearle. Y es que, si la leyenda asegura que los gatos consumen hasta siete vidas, Javier Gato maúlla su Diario para inaugurar —y de qué forma— la primera.

Elena Medel

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